A los que nos acordamos de cuándo empezó esto de Internet, el poder de las redes sociales nos tiene que asombrar a la fuerza. Recuerdo que en segundo curso de Periodismo iba con una amiga a la sala de ordenadores a «probar esto de Internet». Sentadas una al lado de la otra, cada una en una máquina (unos Macs de esos antiguos, antiguos), nos mandábamos emails mutuamente. «Me ha llegado, ¡me ha llegado!», decíamos cuando aparecía el mensaje de la otra en la pantalla.
Ayer me maravillé de nuevo. Anuncio en las redes sociales que he sacado mi nueva web. Los «Me gusta» se acumulan en Facebook, y en Twitter varios amigos, compañeros y simpatizantes marcan mi mensaje como favorito y lo retuitean (¡gracias!). No pasan ni cinco minutos y suena el móvil: «Hola Neus, te acabo de conocer por Twitter. Tengo un problema con mi web y me gustaría saber si me puedes ayudar». Caray con el poder de las redes sociales.